miércoles, 4 de abril de 2007

MI BARRIO


El Santuario de mis recuerdos
Se agolpa en mis sentidos
Luchando contra el tiempo
Y las fuerzas del olvido

Y reapareces Carrascal
Tus esquinas y el almacén
Tus veredas y el delantal
Del primer dolor; amén.

Tus árboles, tus volantines
Y esa acequia fenomenal
En la que mojábamos los calcetines

Esas exquisitas horas
De tu tarde Carrascal
En que caminaba mi verso
Junto con tu cantar.

No te mueras Carrascal
Detén tu tiempo callejuela
Allí nació este sanguijuela
Y sus amores desvalidos
Que fueron sólo miradas
De ojos si atrevidos.

Y si profundos estallidos
De mis primeras novias
De mis primeras penas.

Y allí en un oscuro arrinconarte
Tu mano en mi virilidad
Tu boca y esa bondad
Que no olvido

Es la sola mentira que digo
Porque los dos sabemos
Cuánto hubo de verdad.

¡No te mueras Carrascal!
Prolonga mi nacimiento.

19 marzo 2005

© Monsieur James

martes, 3 de abril de 2007

MI AMIGO MORALES

A MI AMIGO LUIS GARRIDO PEÑA


Ahí se quedó Morales, plantado a la orilla de su niñez. Muerto su padre, se restregó sus ojillos de 9 años y fue a cobijarse en la tristeza de su madre. Allí permanecieron largos minutos abrazados en una silenciosa complicidad. Los otros dos hermanos, no comprendían mucho ese rito casi macabro de la época. En el salón obscurecido por el luto, pendían verticalmente sendos trapos negros, alrededor de la caja mortuoria de riguroso negro, unas fúnebres cerillas parecían proyectar una siniestra danza de funestas sombras. Allí corriendo entre sillas y señoras de luto, Beto y Rudi seguían jugando, ausentes del todo a la tragedia que se vivía en el salón de su casa.


Nuevamente, la vida tomó su curso normal para la mayoría de nosotros. Volvimos a la escuela, a nuestras pichangas* diarias, a nuestros juegos de niños.... sin embargo, Morales tuvo que abrigarse ya, a esa naciente edad, de ese hombre en el que se convirtió.

Desde ese día, tuvo que levantarse más temprano que todos nosotros y largarse a otras faenas ajenas a los niños de su edad, el trabajo le abría las puertas y se lo tragó inevitablemente.

Entre cueros y badana, fue balanceando su vida de niño y de adulto.

En ese Carrascal del 50, éramos una hermosa familia de niños, por lo que Morales nunca se apartó de nuestra casi sagrada amistad. Ayudando a su madre y renunciando casi con alegría a las tareas de niño, le vimos crecer y sorpresivamente llegó a ser un hombre adulto. Poco a poco, fuimos sintiendo un hermoso y lindo respeto por nuestro amigo que a pesar de su corta edad, se había transformado a nuestros ojos como ese padre modelo y un poco más a la moda.

Su prematura adultez y sus responsabilidades, le crearon ciertos privilegios que compartimos con enorme gratitud con él. Así, fumarse un cigarrillo fue un natural pecadillo que cometimos con mucho agrado. Su presencia parecía desculpabilizarnos de aquella prohibición terminante impuesta por la mayor parte de los papás del vecindario.

Su madre lo miraba con disimulado orgullo. Morales fue quien nos invitó por primera vez a comer suculentos completos al famoso Indianápolis, ubicado en plena Alameda, del Centro de Santiago. Así creció dentro del cariño y el respeto de sus amigos.

Un día se encontró una princesa que lo enamoró y con la misma dedicación y amor, formó su hogar. Hoy lo vemos ya abuelo y en el mismo Carrascal de antaño, carcomido por el tiempo matemático y roedor, continúa conservando la misma ternura de ese hombre que un día, prematuramente, perdió a su padre.

* fútbol callejero

© Monsieur James